La importancia de la autoestima personal

La autoestima personal es el sentimiento de aceptación, valoración y aprecio que cada persona tiene de sí misma, de allí su importancia.

De su forma de ser y de actuar, de su personalidad, de su aspecto físico, etc, 

El concepto que tenemos de nosotros mismos no se hereda, sino que se construye de forma progresiva a partir de las personas que nos rodean y de las experiencias, vivencias y sentimientos que tenemos en  las diferentes etapas de nuestra vida.

La construcción de la personalidad de hombres y mujeres se inicia desde la infancia,

Pero el punto de inflexión definitivo, cuando se plantea el yo interior trascendente, la percepción cualitativa que de uno mismo se tiene, se produce, en la mayoría de las personas, durante la etapa de la adolescencia.

La pubertad es la época de los exámenes, no sólo de los que correspondan al expediente académico, sino, más importantes para el equilibrio emocional del individuo.de los que implican una autoevaluación que conduzca al aprecio o al rechazo de sí mismo.

Esa persona que uno ve cada día reflejada en el espejo y cuya sombra siempre le acompaña. Esta imagen psíquica de uno mismo, objeto de calificaciones constantes, como en un test siempre abierto, es la autoestima.

Al nacer, el ser humano es absolutamente inútil y, a diferencia de otros seres, carece de los instintos innatos para la supervivencia.

A lo largo de meses o años, según la facultad que se considere, es incapaz de desplazarse, alimentarse o reaccionar ante peligros.

Sólo dispone de un primitivo, pero efectivo, sistema de comunicación binario: satisfacción, asociada a la ausencia de dolor, molestias o hambre, e insatisfacción, cuando se manifiesta alguna de las circunstancias citadas.

El neonato satisfecho, sano, bien alimentado y recién aseado, dormirá plácidamente o escudriñará con sus ojos, aún en proceso de acomodo visual, las luces y sombras del entorno.

Por el contrario, estará inquieto y nervioso y romperá en llantos para expresar su desazón y llamar la atención. Su desarrollo físico e intelectual, en condiciones normales, aún llevará años.

Sin embargo, esta desventaja inicial representa un largo período de aprendizaje vital, en el que los humanos reciben miles de estímulos y se enfrentan constantemente a nuevas situaciones.

Hay una sucesión de logros y contrariedades, se plantean nuevas experiencias e impresiones.

La voluntad y los deseos colisionan con la realidad y las posibilidades. Si durante la infancia ha desarrollado una fuerte autoestima, le será más fácil superar las dificultades y alcanzar la madurez.

Hace milenios, los seres humanos tienen al nacer las mismas limitaciones que ahora, pero la cantidad de experiencias potenciales era forzosamente más reducida y el propio ciclo vital mucho más corto que en la actualidad. ¿Tenían los hombres primitivos autoestima?

La autoestima personal asociada a la inteligencia?

Probablemente, la autoestima es una propiedad asociada a la inteligencia del ser humano y a su capacidad para establecer comparaciones, pero ligada también a un proceso evolutivo que ha convertido este parámetro de la felicidad en un sentimiento muy complejo.

Por duras y extremas que fueran las fases de aprendizaje en la Prehistoria e importantes los objetivos, encaminados a la supervivencia, los patrones de conducta y satisfacción eran muy simples cotejados con los que requieren las sociedades modernas.

La incipiente autoestima de aquel hombre tribal estaba determinada por la consecución de alimento, refugio y apareamiento.

La complacencia de cubrir estas necesidades proporcionaría un estado emotivo de bienestar y ello debería suponer al individuo una autoestima elevada, para los esquemas intelectuales de aquellas remotas épocas.

No obstante, la percepción de la autoestima requiere tanto de elementos de comparación como de un proceso de reflexión que separe nítidamente el estar y el ser.

Estoy bien versus soy bueno. Para llegar a estas conclusiones es preciso establecer patrones y cuestionarse a uno mismo.

Las respuestas dependerán de los valores que cada individuo ha preestablecido desde su infancia, de su propia necesidad de desarrollo y de la objetividad en la aprehensión del entorno y su autoevaluación.

Este proceso intelectual sólo puede concebirse a partir de la estructuración de las comunidades humanas en sociedades organizadas donde el número de miembros y la especialización de tareas, que requiere un cierto nivel de progreso técnico, instituyan diferencias y fomenten la competencia entre los individuos.

No se trata ya de obtener alimentos o morada, sino de acceder a un status social que reporta respeto, adhesiones y beneficios materiales.

Los conceptos de posesión y riqueza ya son comunes en estas sociedades y los estratos y clases sociales se van haciendo más evidentes, y distantes, conforme el progreso conlleva nuevos retos y posibilidades.

La autoestima ya tiene todos los ingredientes para su equiparación con el significado que se le da en la sociedad moderna: referencias de comparación, proceso reflexivo de autoevaluación y necesidad de posicionarse socialmente.

Esta necesidad está delimitada por la búsqueda del yo, el encontrar el sitio propio en la sociedad, el desarrollo personal y profesional pretendido, en suma, definir qué tipo de vida se desea para alcanzar la felicidad.

Durante la infancia se forja la percepción de la autoestima, se va moldeando en función de las respuestas recibidas en un proceso continuo de acción – reacción, especialmente problemático en el mundo presente.

Los niños acaparan ingentes cantidades de información de los medios de comunicación y del uso temprano de los ordenadores y de Internet, se les exige resultados en los estudios mientras se multiplican las actividades extra escolares, no hay tiempo para los juegos tradicionales o se sustituyen totalmente por videojuegos no siempre didácticos.

Hoy día el sentimiento de competitividad se promueve muy pronto, como un valor esencial de la autoestima.

La sobrecarga, la inaccesibilidad de muchas expectativas y el estrés consiguiente, que aparece en edades cada vez más precoces, son fuentes de conflicto personal, donde la autoestima se reducirá alarmantemente

Por otra parte, en esta etapa de la vida pueden producirse traumas de nefastas consecuencias si el ambiente familiar y el docente son fuentes de agresiones, como malos tratos, abusos o acoso escolar.

El niño o niña objeto de estas arbitrariedades no sólo sufre el dolor físico, sino que la psique queda herida profundamente y su autoestima alcanza cotas mínimas.

Esta situación, en ocasiones está, incluso, asociada a ilógicos sentimientos de culpa.

Cualquier señal de un bajo aprecio por sí mismo, inhibición, inadaptación, marginación, malos resultados escolares, frecuentes sintomatologías y excusas para no asistir al colegio, son indicios que han de alertar a padres y profesores.

El problema puede estar en uno u otro lado, pero la sociedad ha de ser capaz de proteger y reconducir a los menores, sin esperar a situaciones irreversibles.

La baja autoestima puede llevar a la desesperanza y al suicidio. Esta eventualidad es algo que nunca debería olvidarse.