Se denomina dieta al conjunto de hábitos alimenticios que una persona mantiene de forma regular. Normalmente se utiliza la palabra dieta para hacer referencia a una determinada forma de alimentación basada en la pérdida de peso, sin embargo, el sentido amplio del término es el que designa cualquier forma de alimentación, buena o mala: todas las personas tienen una dieta determinada, en función del tipo de alimentación que lleven.

La palabra dieta procede del término griego diaita que significa forma de vida. La dieta forma parte del estilo de vida de cada persona, y en ella influyen factores culturales, sociales e incluso económicos.

Durante siglos, la dieta de los seres humanos era exclusivamente vegetariana, pues se basaba en la recolección de frutos, tubérculos, raíces y semillas.

Poco después, aparece la caza, y el ser humano comienza a matar animales para comer, convirtiéndose en carnívoro. El descubrimiento del fuego resulta fundamental en la dieta, al permitir cocinar los alimentos y ampliar la forma de comerlos, haciéndolos más apetitosos y sabrosos. La aparición de la agricultura impulsa un nuevo cambio en la dieta del hombre, que pasa a disponer de cereales, legumbres, vegetales.

En estos momentos, la dieta del ser humano es omnívora y se compone de todos los alimentos básicos necesarios. A partir de entonces, a lo largo de muchos miles de años, la dieta del ser humano ha ido evolucionando sobre estos alimentos básicos, hemos aprendido a cocinar los alimentos de muchas maneras diferentes, a combinarlos para formar diferentes platos, a conservar los alimentos mediante la congelación, la salazón, a condimentarlos con especias para mejorar y resaltar su sabor… Cada región del planeta ha ido especializando su dieta en función de las materias primas con las que produce.

Entre todas ellas destaca la dieta mediterránea, típica de las regiones de la cuenca del mar Mediterráneo, como España, que es considerada el prototipo de dieta sana por excelencia.

El organismo humano necesita para funcionar una serie de elementos que no es capaz de generar por sí mismo, sino que debe tomarlos del exterior, concretamente de los alimentos. Cuando comemos, los alimentos son procesados por el sistema digestivo y sus elementos son absorbidos por las paredes del estómago y transportados por la sangre a todo el organismo. No existe ningún alimento que por sí solo pueda cubrir todas las necesidades del organismo, por esta razón, nuestra dieta debe ser lo más variada posible.

La alimentación y su salud

La alimentación que sigue una persona influye de forma directa en su estado de salud. Por ejemplo, muchas enfermedades crónicas se relacionan directamente con la nutrición y muchas podrían prevenirse siguiendo una dieta adecuada; uno de los mejores ejemplos de esta relación dieta/salud son las enfermedades cardiovasculares, pues más del 30% de los casos puede atribuirse a malos hábitos en la alimentación.

En los últimos años, la dieta de las sociedades occidentales modernas ha sufrido grandes cambios y poco a poco ha ido empeorando su calidad. Cada vez se consume menos fruta y verdura, mientras que aumenta nuestra ingesta de alimentos grasos y alimentos industriales.

De forma paradójica, nos movemos dentro de una sociedad de consumo que nos permite acceder a una variedad y disponibilidad enorme de alimentos, mucho mayor que en épocas anteriores.

Sin embargo, no por ello nuestra dieta es necesariamente más saludable, más bien al contrario, uno de los grandes problemas a los que se enfrenta el ser humano del futuro es la baja calidad de la alimentación, algo especialmente alarmante en niños y adolescentes, entre los que está aumentando de forma vertiginosa la incidencia de obesidad.

Para llevar un estilo de vida saludable, es necesario que la dieta que sigamos sea sana, variada y equilibrada. La pauta más adecuada para una dieta es aquella que se basa en lo que se conoce como “pirámide de los alimentos”.

Grasas Cardiosaludables

Dentro de las grasas ingeridas con los alimentos se distinguen tres grupos principales. Las grasas saturadas son las constituidas por ácidos grasos saturados, con todos los átomos de carbono de su molécula unidos a hidrógenos, y están contenidas, por ejemplo, en el tocino y la grasa de la carne. Desde el punto de vista nutricional son las más perjudiciales para la salud, ya que incrementan el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares.

Entre las insaturadas, es decir, las formadas por ácidos grasos no saturados, se distinguen las monoinsaturadas, en cuya estructura química hay un solo carbono libre, y las poliinsaturadas, con dos o más carbonos no unidos a átomos de hidrógeno.

Dentro de este grupo se cuentan aceites como los de oliva, girasol y maíz. Las grasas insaturadas también están contenidas en los frutos secos, frutos frescos como el aguacate y en el pescado azul, con niveles altos de grasa. Algunos de estos pescados grasos son la caballa, la sardina, el arenque, el salmón o el atún.

En el grupo de las grasas poliinsaturadas destacan las grasas omega 3 y omega 6, formadas por ácidos grasos linoleico, linolénico y araquidónico, que hacen disminuir los niveles de colesterol LDL, perjudicial para el riesgo cardiovascular, y aumentan el de colesterol HDL, beneficioso a estos efectos. Además, estas grasas tienen propiedades reguladoras de la frecuencia cardiaca, por lo que disminuyen la incidencia de las arritmias y previenen la hipertensión.

Estudios realizados a lo largo de la década de 2000 aportan estimaciones según las cuales las grasas cardiosaludables consumidas en cantidades suficientes en la dieta pueden reducir el riesgo de padecimiento cardiovascular en torno a un 30%.